Bo.

War of Jesters.
2003-05-29 05:54:02 (UTC)

CAPÍTULO VI: El Reto de Era.

La Casa de Hojas.

CAPÍTULO VI: EL RETO DE ERA

Las puertas se abrieron de par en par. Iinak y yo sacamos
nuestra cabeza cautelosamente viendo de un lado a otro,
para cerciorarnos de que ninguna serpiente malvada o
bestia espantosa nos sorprendiera al salir. Iinak puso un
pie sobre la arena cuidadosamente, pero como ya lo
sospechaba, no se quemó. Aquellas dichosas botas
invisibles habían sido producto de un sueño premonicioso,
en el cual un gran sabio Intiku de la tribu de Arangürin
le había aconsejado al niño tejer con sus cabellos unas
botas 'tan mágicas como un cuento y tan visibles como el
viento'. Aquel sueño lo habría tenido ya 3 años atrás,
pero por alguna extraña razón, Iinak nunca usó las botas
invisibles hasta aquel día de Ea.
Caminamos bajo el calor intenso por horas, cuidando de no
pisar nada sospechoso. El Desierto de Enlil era tan
extraño como peligroso. Las arenas eran tornasoles, aunque
la mayoría del tiempo se mantenían amarillas. El aire era
pesado y húmedo, y las únicas plantas que había en el
lugar estaban encerradas en bizarras esferas de humedad,
que flotaban a pocos metros del suelo. Tratamos de no
tocarlas, pues parecían contener un veneno el cual era el
que mantenía a las plantas con vida. A lo lejos se veían
torres de arena, pero parecían moverse de lugar cada vez
que nos acercábamos. Ya cansados, nos dejamos caer en la
arena para recobrar energías. El sediento Iinak sacó su
cántaro con agua y bebió lo más que pudo, tratando de
mantenerse atento por cualquier evento inesperado. Y fue
gracias a esto que no morimos a manos del monstruo, pues
en el justo momento que Iinak se preparaba para guardar su
cántaro, las arenas se volvieron movedizas, pero el niño,
rápido como un relámpago, dio un salto hacia atrás para
caer sobre una piedra. Yo iba agarrada de su bota.

-¡Sé que estás aquí en algún lado, Enlil, hijo de An y dios
de la tierra!¡Sal de donde quiera que estés!¡Soy Iinak de
Ereshkigal y he venido hasta tu desierto para aniquilarte!-
gritó de repente el pequeño, sin medir bien sus palabras.

Y fue justo cuando hubo terminado de hablar que la piedra
debajo de nosotros empezó a temblar y moverse bruscamente.
Un fuerte gruñido se escuchó por debajo de las arenas, y
unas pequeñas jorobas se formaron de repente en la
piedra... ¡Estábamos justo encima de la bestia! Iinak,
asustado, se lanzó al suelo, pero para amortiguar la caída,
se agarró de la primera cosa que encontraron sus manos:
una de las esferas venenosas. Inmediatamente salté yo
también para ayudarlo, pero a pesar de liberar sus manos
de la pegajosa esfera, el veneno ya había entrado en la
piel de Iinak, y comenzaba a carcomer su superficie. El
niño gritaba de dolor, pero sabía que no podía detenerse
allí, pues el monstruo Enlil nos devoraría. Así que,
soplando un poco de hielo a sus manos para calmar el
dolor, se alejó de la bestia lo más que pudo y esperó su reacción.
Mientras tanto, comenzó a buscar en los bolsillos de su
pantalón alguna tela que pudiera usar para envolver sus
heridas, y fue ahí cuando vio ciertos objetos en ellos que
él sabía no pertenecían a él. No le dio mayor importancia,
y siguió atento a la escena.
El dios Enlil emergió finalmente, con un manto de arena
cubriéndolo parcialmente. Parecía un gnomo gigante, de
largos brazos y cola, semejante a la de un urukisto o
iguana. Llevaba una extraña clase de cinturón, hecho de lo
que parecía ser polvo de hueso humano y rubíes. En su
frente también tenía un gran y brillante rubí, y sus ojos
eran tal y como el viejo sabio habría dicho. Parecían dos
grandes globos saltones llenos de un líquido negro. No se
sabía hacia donde veía. El monstruo se erguió y soltando
un fuerte suspiro, dijo:

-¿Iinak de Ereshkigal, decís? ¡Os he estado esperando! Vuestros
tres destinos alternos ya sabíamos que nos ibais a visitar
pronto....aunque no esperábamos que pudierais llegar aquí
con vida, pero así ha sido...-calló por un breve
instante, mirando a sus lados. Luego prosiguió-...que
extraño, ¿por qué Era no estará aquí todavía? ¿donde se
habrá metido? Dejadme llamarlo......

El monstruo se sumergió rápidamente en la arena, y
segundos después, volvió a la superficie llevando consigo
una bola de cristal.

-¡Os presento a mi hermano, Era!- ,y lanzando la bola de
cristal al aire la miró atento. La bola comenzó a girar
sobre su propio eje, dispersándose. De su centro apareció
una semilla azul que al entrar en contacto con la arena,
se transformó de inmediato en una gran y bellísima flor de
plumíferos pétalos blancos. Iinak y yo observábamos con
curiosidad. La frondosa flor se quedó inmóvil en la arena,
junto a Enlil.

-Anda, niño,¡acercaos!- exclamó el monstruo sonriendo.
Iinak se acercó a la flor, estudiándola con los ojos para
cerciorarse de que no era un truco. La tocó con su
malherida mano, pero esta ni se inmutó ante el tacto.
Entonces, recordando que An le había dicho que Era era el
dios del mar, sacó de nuevo el cántaro con el poco de agua
que quedaba, y la regó sobre los pétalos. De inmediato, la
flor se abrió y de sus desordenados pétalos se formó un
cine. La transformación fue tan rápida que no tuvimos
tiempo de verla. El cisne llevaba en su frente una
turmalina, y sus acelestadas alas tenían impregnadas
cientos de diferentes tipos de conchas y estrellas de mar.
-¡Eso fue refrescante, humano, de verdad os agradezco! Yo
soy Era, el dios del mar, y soy hermano gemelo de Enlil,
dios de la tierra,y me gust--

-¿Es cierto que ninguno de ustedes reina el mundo de los
humanos?- interrumpió Iinak, -porque sino, seré yo quién
gobierne mi propio mundo.

Los dos dioses lo volvieron a ver con asombro, y luego se
volvieron a ver entre ellos. Hubo un breve silencio, y
luego Enlil rompió el hielo:

-No...no....ya eso está arreglado....mmmmveráis....Mi
padre An desde un principio me quiso a mi para gobernar el
mundo de humanos, pero...

-¿Pero que?- le preguntó Era, visiblemente enfadado,- no
era yo su hijo predilecto? siempre lo fui. ¿Y que acaso no
sabéis que en el mundo de los humanos hay más agua que
tierra?

-¡Pero en la tierra es donde viven los humanos!- exclamó
Enlil, igualmente alterado,- ¡Sin la tierra no habrían
sobrevivido!

Iinak retrocedió y los miró a los dos fijamente, como si
supiera lo que iba a pasar a continuación.

-¿Ah sí? ¡Y sin el agua no podrían sobrevivir tampoco, se
morirían de sed! Si fuera su gobernador, les dotaría de
infinitos recursos de ag--¿Quién necesita el agua cuando
ya tienen una tierra fértil donde vivir y cultivar??
¿quién más les podr--¡Callad, ignorante! Seré yo quién
gobierne el mundo!--¿Enserio? ¡Eso lo decidiremos!

Y entre amenazas, el gnomo gigante y el cisne llevaron su
discusión a golpes. El gnomo golpeaba al cisne con sus fuertes
puños y le mordía sus alas, que al mismo tiempo le
arañaban con sus afiladas plumas y con su pico trataba de
picar su rostro. Era una verdadera batalla a muerte.
Plumas y arena volaban por todas partes, mientras Iinak
divertido, observaba riendo el espectáculo. Luego, se
acercó a los agredidos hermanos y exclamó:

-¡Deténganse!¡Pelear entre ustedes no llevará a nada!¡Soy
yo, Iinak de Ereshkigal, quién los vencerá a los dos, de
un salto!

-¡JA!- rió Era, -¿de un salto decís? ¡Pero que niño más
insolente! ¿Que acaso no sabéis que yo soy el dios más
rápido que ha existido jamás? Ningún vulgar humano ha
logrado siquiera quitarme UNA de mis preciadas plumas,
pero si vos lo hicierais, os abriré el paso de inmediato
para salir de esta hoja.

-¡Por supuesto que sí!-dijo el pequeño,-y no sólo te
quitaré una pluma, sino que también mataré a tu hermano,
¡todo en un salto!- y sin decir más, tomó fuerza y saltó
de tal forma que quedó a la altura del gnomo. El cisne en
ese instante, se fue volando tan rápidamente que parecía
como si sólo hubiera desaparecido del lugar. Iinak no tomó
importancia a esto, y estando aún en el aire, se apuró a
sacar dos de las tres espinas negras de rosa que el brujo
Nietzsche le había puesto en sus bolsillos antes de
empezar su viaje, y apuntando a los ojos negros del
gigante, las lanzó tan fuerte como pudo. Como sus ojos no
distinguían el negro, no se dieron cuenta de las espinas que
apuntaban a ellos.
Después al tocar el suelo, el niño se alejó apresuradamente de
Enlil.

Las espinas atravesaron las capas de baba que protegían
los ojos del monstruo, haciéndolos explotar en una fuente
de sangre negra, y por consecuente, matando al gigante. El
cisne apareció de pronto, y un poco asombrado por la
hazaña realizada por Iinak, miró el cadáver de su hermano
con indiferencia y después, sonriendo, se dirigió al niño:

-Bueno, bueno, puedo ver que pudisteis matar a mi hermano
Enlil de un salto con agilidad y destreza....pero no
lograsteis quitarme un pluma a mi, por lo que te tendrás
que quedar aquí por el resto de tus días.......

-¡Un momento!- exclamó entusiasmado el niño,- sí he
logrado quitarte una de tus adoradas plumas, justo en el
momento que salté,- y sacando discretamente la pluma
blanca que se hallaba junto con las espinas en su
bolsillo, la mostró orgulloso a su rival.-¿Ves? te he
vencido. Ahora debes cumplir tu palabra y sacarme de aquí.

Era, sorprendido y ofendido, dirigió una grosera mirada a
Iinak, y exclamó:

-Mmmmuy bien, muy bien.....bueno pues. Puedo ver que en
verdad me haz vencido y por lo tanto, he de mostrarte la
salida de este destino y guiarte al próximo. Venid y
saltad a mi lomo, que ahora os llevaré hacia la puerta del
principio.

Así lo hicimos, y en pocos segundos llegamos a un pasillo
colgante, sostenido de la nada.

-Al final de este camino se encuentra la puerta que os
llevará de regreso a la sala principal de la Casa de Hojas.
He de advertirles que su siguiente adversario es muchísimo
más astuto que nosotros. Se llama Horum Gruut, el dios
menor de la creación. Cualquier cosa que os pida solo
recuerden, que en el color está la magia. El acertijo de su
puerta tiene que ver con la leyenda que os trajo hasta
aquí. Es todo lo que puedo revelar. Buena Suerte!

El ave los bajó suavemente de su lomo, y con su rápido
vuelo, desapareció de nuestra vista antes de que nos
pudiéramos despedir de él. Después de todo, Era pareció
haberle tomado cariño al pequeño Iinak.
El niño y yo nos detuvimos un momento para ver por última vez lo que
en algún futuro, en alguna vida, pudo haber sido nuestro destino.
Iinak sonrió plácidamente, y dijo:

- No formé parte ni de la tierra ni del océano, pero terminé siendo
el vencedor de los dos. Sé, que mi verdadero destino yace en la
última hoja de esta Casa. Seré el dueño del universo, y hasta
entonces, ningún destino llevará mi nombre, pero talvez sí mi
huella...

Miró nostálgico el paisaje, y luego se volvió y empezó a caminar por
el pasillo colgante hacia su siguiente futuro.




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